Escudriñando entre el generoso legado de Toni Morrisson (1931-2019), escritora norteamericana, quien entre muchos otros galardones recibió el Nobel de Literatura en 1993, me topé con esta arrolladora frase sobre el poder del vocabulario, convirtiéndose en mi favorita…
“Morimos. Ese quizás sea el sentido de la vida.
Pero tenemos lenguaje.
Esa quizás sea la medida de nuestras vidas.”
Del sentido de las palabras de #ToniMorrison, esto es lo que tomo para mí en este momento: usamos – y omitimos – palabras para expresarnos. Le damos forma y profundidad a nuestras vidas a través de nuestro vocabulario y discurso. El color de nuestras vivencias se verá matizado a través de la definición precisa de emociones que hagan vibrar nuestros sentidos y resuenen con alguna de nuestras necesidades subyacentes.
En la medida en que seamos conscientes, internalicemos y VERBALICEMOS nuestras necesidades emocionales, tales como amor, respeto, valía, dignidad, sentido de pertenencia, …placer y bienestar, en esa medida nuestro contexto amoroso podrá proporcionarnos respuestas a la altura de ello.
Sin embargo, no podemos pedir lo que no sabemos dar, o lo que no sabemos proporcionarnos, …porque todo comienza con el ejercicio en primera persona. Para que lo podamos invocar, con el propósito de ser recibido a brazos abiertos, debe estar formulado, claramente identificado y ejercido de manera previa en nosotros mismos.
Como adultos, necesitamos vocabulario. Frases que describan en matices y cualidades, los sentimientos y las emociones que estamos transitando o invocando. De allí la importancia de enriquecer nuestro verbo lo más posible. No es lo mismo la esperanza que la fe, la compasión que la lástima, el pertenecer que el encajar, la culpa que el bochorno, o la rabia que la traición o desilusión, la incertidumbre que la impotencia…
Un maravilloso libro para enriquecer nuestro lenguaje sobre sentimientos y emociones es El Atlas del Corazón, de Brené Brown, quien durante más de 20 años se ha abocado a la investigación cualitativa de emociones como el coraje, la vulnerabilidad, la vergüenza y la empatía. En esta última magistral publicación, BB deconstruye un amplio espectro de sentimientos y emociones con el objetivo no solamente de enriquecer nuestro lenguaje, sino sobre todo destacar la relevancia en la conciencia sobre las distinciones y precisiones en nuestro sentir. “El lenguaje es nuestro portal para hacer-sentido, conexión, sanación, aprendizaje y conciencia de nosotros mismos”. En la medida en que usemos un vocabulario amplio y generoso para describir nuestras emociones, en esa misma medida seremos capaces de regularlas y manejarlas de manera productiva.
En las empoderadoras y sagaces palabras de T. Morrison:
“El lenguaje en sí mismo nos protege del miedo a cosas sin nombres. El lenguaje en sí mismo es meditación”
La premisa entonces es reducir la imprecisión para hacerle contrabalance a la ansiedad y al miedo. El vasto campo del lenguaje permite articular de manera coherente el viaje interno del individuo. Es un profundo acto de valentía y autovalía el observarnos con curiosidad durante nuestros episodios de zozobra, para definir de manera certera lo que nos perturba. El lenguaje adecuado no resuelve en sí mismo el tema que nos atañe, sin embargo nos otorga el poder de la claridad y con ello nos orienta en la dirección hacia una salida negociada.
Finalizo con la implacable reflexión de uno de los más destacados filósofos del siglo XX, L. Wittgenstein quien enfatiza, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
Y para no quedarnos en la mera teoría, te invito a continuación, papel y lápiz en mano, a listar tus emociones mas frecuentes. Te reto a ver qué tan larga o corta es tu lista, pero por sobre todo, te propongo que te aboques a cultivar la variedad en tu vocabulario de emociones, y a discriminar las sutilezas que te llevarán de la mano, sin duda alguna, hacia una vida más plena.